domingo, 8 de mayo de 2011

Punto y aparte.

Daphne      ( I )

Corría el 20 de mayo del 97, y las calles de Nueva York estaban rodeadas del bullicio habitual.
Como cada mañana, Daphne salió de su pequeño apartamento para dirigirse al trabajo.
Un día más comenzaba aquella horrible rutina.

Al llegar a la puerta del edificio, vio algo que jamás hubiera imaginado.
Todo estaba cubierto por un fino manto de nieve, de un blanco como nunca antes había visto.
El gris habitual de su ciudad había sido sustituido por un color tan simple y a la vez esperanzador...
Tanto como que nevara en pleno mes de mayo, cuando las temperaturas rozaban los veinte grados.
Sí, era extraño, pero llenó aquel corazón marchito de un halo de esperanza que había desaparecido meses atrás.

Daphne no lo pensó un segundo más, aquello era una señal, y no debía ignorarla.
Por primera vez en su vida dejó de lado su prudencia y su sensatez, y sintió que tal vez sí hubiera un sitio para ella en aquel mundo que tanto le costaba comprender, creyó en que ella también tenía derecho a ilusionarse.

Tiró en el contenedor más cercano el maletín con todos aquellos documentos que nunca habían requerido su interés, y se dio la oportunidad de abandonar todo aquello que le había obligado a olvidar lo que realmente esperaba de la vida.

Subió por última vez aquellas gastadas escaleras. Abrió la puerta de su vivienda y, decidida, buscó en el armario del recibidor aquella vieja maleta que la había acompañado en tantos viajes, aquella vieja maleta que almacenaba tantos recuerdos.

Guardó en ella algo de ropa, únicamente lo indispensable, su neceser y el libro de Bécquer que su abuela le había regalado cuando era solo una niña. No necesitaba nada más.

Salió y llamó a un taxi.
Dejó en el maletero su equipaje y, al entrar, indicó su destino al conductor.
Este, sorprendido por el tono valiente e incluso alegre de aquella muchacha, algo inusual en una ciudad donde lo común eran la prisa y el estrés, vio por el retrovisor. Mas, aquel no era el reflejo de una simple chica, sino que el espejo mostraba decisión, ilusión y, sobre todo, ganas de vivir.

Cuando llegó al aeropuerto se acercó hasta uno de los mostradores y pidió un billete de avión.
El hombre que allí trabajaba, de aspecto descuidado, dijo irónicamente:
- ¿No piensa decirme el destino?

Ella dudó, no más que por un instante, ya que eso no importaba, su único objetivo era escapar de allí, emprender una nueva vida lo más lejos posible.
En ese momento el altavoz del aeropuerto avisó del embarque para viajar a Marruecos.
Ese sería su destino.

Al poco tiempo estaba sentada en uno de los asientos de aquel avión, a punto de despegar.

A su derecha descansaba una mujer, con un niño de tal vez cinco años.
Ella parecía cansada. En su cara se marcaban unas grandes ojeras, fruto de aquel insomnio debido a todos los problemas económicos que tenía. De este viaje esperaba que el padre de la criatura reconociese su paternidad y le ayudara a mantenerlo, para que no fuera consciente de su pobreza, y no sufriera como ella lo hacía ahora.
Mientras tanto, en su regazo descansaba el niño, ajeno al disgusto de su madre. Sonreía, sorprendido por todo lo que le rodeaba, descubría un mundo nuevo para él.

Por el pasillo caminaba un hombre, vestido con traje, que no hacía más que suspirar mientras hablaba por teléfono. Tenía cincuenta años. Desde que había acabado su carrera en bellas artes, al no encontrar empleo, se dedicaba a recorrer el mundo como comercial, trabajando para una empresa que le pagaba realmente una miseria. Su esperanza: encontrar grandes compradores que le permitieran ganar el dinero suficiente para casarse con la que esperaba sería su mujer, de la que llevaba enamorado desde su juventud.

Allí estaba Daphne, rodeada de historias, deseos y anhelos. Y se preguntaba, al igual que los demás, qué sería lo que realmente le depararía aquella travesía.
Sus ojos, centelleantes, brillaban al pensarlo. Sabía la respuesta: Una nueva vida.