domingo, 17 de octubre de 2010

Azar.





La noche transcurrió lentamente. No dejaba de darle vueltas a lo ocurrido. En medio de la oscuridad, brillantes interrogantes daban vueltas a su alrededor. ¿Qué debía hacer ahora?

La Elena responsable pensaba: No puedo volver al parque. No sé como sabe mi nombre, ni quién es... todo es muy extraño. No, definitivamente no debo ir.
En cambio, la otra cara de Elena, la que quería, por una vez, aprovechar el momento, decía: Ve. Debes ir. La vida te presenta la oportunidad de vivir algo diferente. Hazlo.
Su lucha interior no terminó hasta que al fin le venció el sueño.


Al día siguiente seguía sin saber qué hacer.
Por una vez, pensó, que decida el azar. Cogió su cartera, sacó de ella una moneda y la tiró al aire.
- Cara, voy. Cruz, me quedo en casa.


Destapó su mano, y allí estaba la decisión. 


Subió a su cuarto, metió sus llaves en el bolsillo y salió de casa.


Cuando vio que la moneda estaba cara arriba, su corazón dio un vuelco. Sabía que tenía una probabilidad del cincuenta por ciento de salir esa opción, pero no se la esperaba. Pensaba que su vida seguiría siendo tan previsible como siempre, pero en ese momento daba un giro de ciento ochenta grados.


Estaba llegando al rincón de aquella arboleda. Tenía la esperanza de que él estuviera allí, pero el asiento estaba vacío.


Ya estoy aquí, así que me quedaré unos minutos...


Cuando se acercó lo suficiente, no pudo creer lo que estaba viendo.

En el banco había una preciosa margarita sobre un papel cuidadosamente doblado, en el que se podía leer su nombre: Elena. En su interior estaba escrito un mensaje, con una letra pulcra y definida, de una belleza como no había visto antes. Aquellos trazos delicados, pero al mismo tiempo precisos, hicieron que su corazón latiese con fuerza, casi tanta como cuando leyó su contenido.

lunes, 11 de octubre de 2010

Elena


Como un día cualquiera, ella llegó a su añorado parque, de un verde intenso tras las última lluvias. 
El cielo estaba despejado, sin una sola nube. Todo parecía indicar que aquel podía ser un día especial, un día diferente...

Esta vez lo que la llevaba hasta a aquel recóndito lugar no era la tristeza habitual, sino un presentimiento que le decía que algo inesperado podía ocurrir. En su interior afloraba un sentimiento que no había tenido antes. Entonces lo vio, allí estaba él, sentado en el banco que ella solía ocupar. 
Algo le decía que se acercara, pero su timidez, que nunca la abandonaba, hizo que diera media vuelta para volver a casa.

- Espera, por favor. No te vayas.

No había nadie más allí, ¿le estaría hablando a ella? 

- Perdona, no pretendía molestarte. Te he visto por aquí en los últimos días...

Era alto y apuesto. Tenía el pelo negro, y los ojos verdes, de un brillo intenso, que le recordaban a la esmeralda, uno de sus minerales predilectos.

- Lo siento, pero se me ha hecho tarde, espero verte otro día por aquí, Elena.

¿Cómo podía saber él su nombre? ¿De qué la conocía? ¿Quién era?

Más interrogantes que añadir a su interminable lista de dudas.

sábado, 2 de octubre de 2010

LLuvia.

Tenía esa sensación de nuevo, esa sensación que rara vez desaparecía.
Se estremecía, era inevitable.
Encogida, en aquel rincón de su cuarto, echa un ovillo.
Oyendo la lluvia contra los cristales, con su frenético ritmo que hacía que en su pecho aflorase una gran angustia.
Quería llorar. Llorar y desahogarse, eliminar todo el rastro de esa presión.
Quería que saliera el sol, que calentara cada célula de su piel, renovando toda su energía, mientras descansaba sobre el verde césped de aquel parque que tantos recuerdos de su infancia le traía.
Pero el cielo estaba cubierto por tormentosas nubes, de un gris oscuro, amenazador.
Tenía miedo, miedo a estar sola, a la soledad. A no encontrar a nadie con quien pudiera ser ella misma, sin pensar en que estaba quedando en ridículo, sin una sonrisa fingida, diciendo lo que realmente pensaba... Recordaba aquel persistente miedo al fracaso, al ridículo...



Al día siguiente, brillaba el sol en lo alto, rodeado de pequeñas y esponjosas nubes.
Antes de salir de casa, se miró al espejo, colocó en su cara una sonrisa, a pesar de que lo que había en su interior no concordaba con ella, pero una vez más primaban las apariencias. En las cuencas de sus ojos quedaban restos de aquellas lágrimas de la noche pasada, tenía los ojos hinchados y enrojecidos, ocultos bajo unas gafas de sol.
Nadie se preocuparía por su estado, es más, sería nuevamente objeto de burla.


Salió por la puerta de su casa, camino a la rutina de cada día. Una monótona jornada más, sola, como siempre.
Tal vez sería diferente, tal vez era un buen día, tal vez era el día en que todo cambiaría.
Podría intentar ser positiva... ¿pero valdría la pena? ¿sería bueno hacerse ilusiones?


No tenía respuestas, solamente un Quizás.


Ella.

Ella estaba sentada en aquel banco del parque, alejado de todo y de todos.
Miles de pensamientos se agolpaban en su cabeza. Pensaba, simplemente pensaba.


Miedo, una realidad diaria en su vida.


Temía al mundo, al futuro, a lo que le deparaba... Se sentía insignificante ante algo tan inmenso, algo que la sobrepasaba. Era como un pez perdido en el exorbitante océano atlántico.


Tenía miedo de la gente, le horrorizaban las multitudes. 
Pensar que nunca lograría adaptarse la inquietaba.
A menudo, por no decir prácticamente siempre, sentía que no encajaba, que era un bicho raro, que estaba fuera de lugar...
No era lo que la sociedad actual esperaba de una chica de su edad: no era guapa ni delgada, no seguía la moda, los temas banales no la preocupaban, hablaba poco...
Ella era más bien tímida, introvertida. 
Le costaba llegar a confiar en alguien, porque durante su corta vida había habido desilusión tras desilusión.
No le gustaba hablar por hablar, sino que creía que en ocasiones valía más el silencio que palabras atropelladas sin apenas sentido. 


Día tras día se repetía que no encajaba, y que posiblemente no lo haría jamás.


Solía refugiarse en los libros. Imaginaba que era la protagonista: fuerte, valiente, intrépida... A pesar de tener que superar numerosos obstáculos triunfaba y alcanzaba su meta. ¿Alcanzaría ella la suya algún día?


Miles de interrogantes acudían a su mente atormentándola.

Una lágrima se deslizó por su mejilla. No quería seguir siendo insegura, tímida y vulnerable, pero no sabía como remediarlo, pero una verdad resaltaba en su cabeza:


En ella se escondía la solución.