sábado, 2 de octubre de 2010

Ella.

Ella estaba sentada en aquel banco del parque, alejado de todo y de todos.
Miles de pensamientos se agolpaban en su cabeza. Pensaba, simplemente pensaba.


Miedo, una realidad diaria en su vida.


Temía al mundo, al futuro, a lo que le deparaba... Se sentía insignificante ante algo tan inmenso, algo que la sobrepasaba. Era como un pez perdido en el exorbitante océano atlántico.


Tenía miedo de la gente, le horrorizaban las multitudes. 
Pensar que nunca lograría adaptarse la inquietaba.
A menudo, por no decir prácticamente siempre, sentía que no encajaba, que era un bicho raro, que estaba fuera de lugar...
No era lo que la sociedad actual esperaba de una chica de su edad: no era guapa ni delgada, no seguía la moda, los temas banales no la preocupaban, hablaba poco...
Ella era más bien tímida, introvertida. 
Le costaba llegar a confiar en alguien, porque durante su corta vida había habido desilusión tras desilusión.
No le gustaba hablar por hablar, sino que creía que en ocasiones valía más el silencio que palabras atropelladas sin apenas sentido. 


Día tras día se repetía que no encajaba, y que posiblemente no lo haría jamás.


Solía refugiarse en los libros. Imaginaba que era la protagonista: fuerte, valiente, intrépida... A pesar de tener que superar numerosos obstáculos triunfaba y alcanzaba su meta. ¿Alcanzaría ella la suya algún día?


Miles de interrogantes acudían a su mente atormentándola.

Una lágrima se deslizó por su mejilla. No quería seguir siendo insegura, tímida y vulnerable, pero no sabía como remediarlo, pero una verdad resaltaba en su cabeza:


En ella se escondía la solución.

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