martes, 4 de octubre de 2011

Punto y aparte.

Daphne         (II)

En el aire de la medina se confundía el olor de las especias y el incienso mientras el sol de Marruecos dejaba tras de sí sus últimos rayos y el ocaso llegaba a su fin.

Daphne paseaba por las estrechas calles, rodeada de puestos de joyas, tés y ropa.

La corriente traía junto a sí el bullicio propio de un mercado. Los niños jugaban a su alrededor, felices. Uno de ellos descansaba en el suelo, con un gesto más triste. Se acercó a él y, al arrodillarse a su lado, el niño la miró atento, con unos ojos muy abiertos, curiosos, y llenos de la inocencia que caracteriza a chicos de su edad. Tendría tal vez seis o siete años.

Daphne, conmovida por el rostro del muchacho, buscó en su bolsa hasta encontrar uno de aquellos caramelos que tanto le gustaban cuando era tan solo una niña.

Su infancia no había sido como la de los demás. Recuerdos borrosos se agolpaban en su mente: aquel intenso olor a tabaco, tras el que siempre venía un golpe. Los constantes viajes, de país en país, tratando de escapar de aquel horror. Y el olor acaramelado de su abuela, que solía obsequiarle con algún que otro dulce.

Marruecos siempre había sido su destino fetiche, pero aun así no había estado nunca antes allí. Desde que había cumplido la mayoría de edad se había trasladado a Estados Unidos, y cada año hacía un viaje, nunca demasiado lejos. Procuraba no separarse de la estabilidad que siempre había añorado.

Pero ahora estaba allí, rodeada de una cultura que le fascinaba, viviendo uno de sus sueños, sintiéndose como aquellos días a las seis de la mañana frente a Tiffany’s, donde nada malo podía ocurrirle. Tenía la misma sensación de paz y tranquilidad, aquella sensación que siempre había deseado.

Daphne volvió de nuevo al presente cual animal se despierta tras el largo invierno y, todavía algo aturdida, vio frente a sí a aquel simpático niño, con una expresión de extrañeza, que rápidamente se tornó en asombro y alegría ante aquel pequeño dulce, algo a lo que no estaba acostumbrado.

Se levantó rápidamente y corrió junto a sus amigos, a enseñarles dicho presente. Podía decirse que hasta se sentía orgulloso.

Daphne le siguió con la vista y dejó que en su rostro se dibujara una leve sonrisa, una de aquellas que creía haber olvidado.

domingo, 8 de mayo de 2011

Punto y aparte.

Daphne      ( I )

Corría el 20 de mayo del 97, y las calles de Nueva York estaban rodeadas del bullicio habitual.
Como cada mañana, Daphne salió de su pequeño apartamento para dirigirse al trabajo.
Un día más comenzaba aquella horrible rutina.

Al llegar a la puerta del edificio, vio algo que jamás hubiera imaginado.
Todo estaba cubierto por un fino manto de nieve, de un blanco como nunca antes había visto.
El gris habitual de su ciudad había sido sustituido por un color tan simple y a la vez esperanzador...
Tanto como que nevara en pleno mes de mayo, cuando las temperaturas rozaban los veinte grados.
Sí, era extraño, pero llenó aquel corazón marchito de un halo de esperanza que había desaparecido meses atrás.

Daphne no lo pensó un segundo más, aquello era una señal, y no debía ignorarla.
Por primera vez en su vida dejó de lado su prudencia y su sensatez, y sintió que tal vez sí hubiera un sitio para ella en aquel mundo que tanto le costaba comprender, creyó en que ella también tenía derecho a ilusionarse.

Tiró en el contenedor más cercano el maletín con todos aquellos documentos que nunca habían requerido su interés, y se dio la oportunidad de abandonar todo aquello que le había obligado a olvidar lo que realmente esperaba de la vida.

Subió por última vez aquellas gastadas escaleras. Abrió la puerta de su vivienda y, decidida, buscó en el armario del recibidor aquella vieja maleta que la había acompañado en tantos viajes, aquella vieja maleta que almacenaba tantos recuerdos.

Guardó en ella algo de ropa, únicamente lo indispensable, su neceser y el libro de Bécquer que su abuela le había regalado cuando era solo una niña. No necesitaba nada más.

Salió y llamó a un taxi.
Dejó en el maletero su equipaje y, al entrar, indicó su destino al conductor.
Este, sorprendido por el tono valiente e incluso alegre de aquella muchacha, algo inusual en una ciudad donde lo común eran la prisa y el estrés, vio por el retrovisor. Mas, aquel no era el reflejo de una simple chica, sino que el espejo mostraba decisión, ilusión y, sobre todo, ganas de vivir.

Cuando llegó al aeropuerto se acercó hasta uno de los mostradores y pidió un billete de avión.
El hombre que allí trabajaba, de aspecto descuidado, dijo irónicamente:
- ¿No piensa decirme el destino?

Ella dudó, no más que por un instante, ya que eso no importaba, su único objetivo era escapar de allí, emprender una nueva vida lo más lejos posible.
En ese momento el altavoz del aeropuerto avisó del embarque para viajar a Marruecos.
Ese sería su destino.

Al poco tiempo estaba sentada en uno de los asientos de aquel avión, a punto de despegar.

A su derecha descansaba una mujer, con un niño de tal vez cinco años.
Ella parecía cansada. En su cara se marcaban unas grandes ojeras, fruto de aquel insomnio debido a todos los problemas económicos que tenía. De este viaje esperaba que el padre de la criatura reconociese su paternidad y le ayudara a mantenerlo, para que no fuera consciente de su pobreza, y no sufriera como ella lo hacía ahora.
Mientras tanto, en su regazo descansaba el niño, ajeno al disgusto de su madre. Sonreía, sorprendido por todo lo que le rodeaba, descubría un mundo nuevo para él.

Por el pasillo caminaba un hombre, vestido con traje, que no hacía más que suspirar mientras hablaba por teléfono. Tenía cincuenta años. Desde que había acabado su carrera en bellas artes, al no encontrar empleo, se dedicaba a recorrer el mundo como comercial, trabajando para una empresa que le pagaba realmente una miseria. Su esperanza: encontrar grandes compradores que le permitieran ganar el dinero suficiente para casarse con la que esperaba sería su mujer, de la que llevaba enamorado desde su juventud.

Allí estaba Daphne, rodeada de historias, deseos y anhelos. Y se preguntaba, al igual que los demás, qué sería lo que realmente le depararía aquella travesía.
Sus ojos, centelleantes, brillaban al pensarlo. Sabía la respuesta: Una nueva vida.

martes, 19 de abril de 2011

Punto y aparte.

Esta entrada no pertenece a la historia de Elena, al igual que todas las demás que lleven este título.
Y muchas gracias por estas 800 visitas! :)



Invierno

La calle está sumida en la oscuridad.
No hace mucho estaba lloviendo, y ahora se respira ese curioso olor que deja tras de sí la humedad.
El frío invierno ha llegado, con él las lluvias, la penumbra.
La tristeza habitual de esta estación cubre las calles de la ciudad.
Es contagiosa, y poco a poco nos invade, lentamente.

Una única farola alumbra el final de la avenida, y busco en su luz el calor que ahora me falta, pero parece que no soy la única persona que ha tenido tal ocurrencia.
Bajo la claridad de un candil se refugia un muchacho. Supongo que tendrá unos diecinueve o veinte años. Su cabello es de un tono cobrizo, y su tez blanca, como la nieve que reposa sobre las cumbres de las altas montañas, allí, en el horizonte.
Viste un abrigo largo y gris, me recuerda a aquellas películas de época que tanto me gustaban, y junto al resto de su atuendo, de colores oscuros, provoca en mí una extraña sensación.
Entonces, es consciente de mi presencia y se vuelve hacia mí.
Ahora puedo observar su rostro: sus rasgos son suaves; sus ojos, grises, al igual que los edificios y todo el paisaje que nos rodea, pero al contrario que la piedra y el cemento, su mirada es cálida, sincera, expresiva, amable... Transmite confianza y seguridad.

Oigo unos pasos tras de mí. Me giro, pero no hay nadie.
Cuando vuelvo mi vista hacia la farola él ya no está allí, y todo queda nuevamente impregnado de soledad, quietud y silencio.



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lunes, 21 de marzo de 2011

Silencio.

Al final de camino estaba un hombre, de tal vez unos treinta años.
Su aspecto era triste.
Sus ojos, de un intenso color miel, estaban enrojecidos, irritados, tal vez por las lágrimas que habían dejado aquel rastro por sus mejillas.
Su barbilla estaba cubierta por una barba, tal vez de unos tres o cuatro días, fruto del descuido, y su boca, lejos de mostrar una sonrisa, reflejaba la más honda tristeza y pesar.
Sus hombros se inclinaban cara al suelo, dejando entrever un sentimiento de impotencia, que encajaba a la perfección con la desesperación que sus ojos reflejaban.

- ¿Elena?- dijo.

- Sí -, respondió ella.

- Ten -, dijo mientras le tendía un sobre.

Las manos de Elena temblaban. Su instinto le decía que ese sobre no deparaba nada bueno.


      Elena, 
Supongo que si estás leyendo esto lo peor ha pasado, o está a punto de suceder.
Sé que te debo muchas explicaciones, y creo que lo mejor será empezar por explicarte quién soy.
¿Recuerdas aquel día en el parque, cuando un chico te llamó por tu nombre, sin conocerlo, y al día siguiente te había dejado una nota diciendo que fueras feliz? Ese era yo.
En realidad sí nos conocemos. 
Mi nombre es Rubén. Éramos amigos en el colegio, ¿te acuerdas?
Después yo me mudé a otra ciudad, y perdimos el contacto. Hace unos meses volví por motivos de salud, estaba destrozado, he de confesarlo, pero cuando te vi aquel día allí, después de tanto tiempo, mi corazón volvió a latir con la fuerza necesaria para mantenerme vivo.
Hace algún tiempo me diagnosticaron leucemia. Fue un golpe muy duro, por eso quise volver a esta ciudad que tan buenos recuerdos me traía, quería vivir mis últimos días feliz.
Pero cuando te vi allí, tan triste, deseé de tal manera poder cambiar esa realidad que volqué todos mis esfuerzos en ello, y tuve otra vez las ganas de vivir que poco a poco se marchitaban a medida que la enfermedad avanzaba. 
Mientras me hacían una transfusión, hace unas semanas, pensaba en ti, me dabas la fuerza para seguir, y entonces una melodía comenzó a surgir en mi cabeza, esa que encontraste en medio de las hojas de mi diario. Me encantaría poder interpretarla para ti, aunque fuera una última vez, pero supongo que ya es demasiado tarde...




Elena dejó de leer y miró a aquel extraño, que ahora parecía un simple borrón debido a las lágrimas que inundaban sus ojos:

- ¿Él? ¿Él se ha...? - titubeó, incapaz de terminar aquella pregunta que tanto dolor le causaba.

El hombre negó con la cabeza.

- No, pero está cada vez peor; los médicos dicen que...

- ¿Dónde está? ¡Quiero verle!

Tras decirle el nombre del hospital donde se encontraba, Elena corrió hacia allí.
Preguntó a las enfermeras y llegó hasta la habitación donde él estaba.
Tocó el pomo de la puerta temblorosa y asustada pero, finalmente, se decidió a entrar.

Allí estaba él, que le había ayudado tanto en el pasado, su ángel de la guarda. Él, que en el presente la había animado a buscar la felicidad y le había hecho recuperar la esperanza. Él, que ahora que lo había encontrado se escapaba de su vida.

- ¿Elena? Eres tú...

- ¡Rubén! - dijo entre lágrimas. - Por favor, sé fuerte, no... no me dejes ahora.

Su débil mano sujetó la suya con una dulzura que estremeció cada célula de su piel.
Aquellos ojos verde esmeralda perdían segundo a segundo su brillo característico, poco a poco, y cada vez el final parecía más inevitable.

- Elena... Yo, quisiera que oyeras la canción que te escribí... Sería mucho mejor tener un piano, pero es imposible, así que permíteme, al menos, tratar de reproducir la melodía con mi voz...

- No gastes tus fuerzas en ello, ahora lo importante es que te recuperes. Tendremos miles de oportunidades para oírla.

- Por favor, deseo hacerlo ahora. Ven, siéntate a mi lado.

La canción era hermosa, y Elena, emocionada, dejó resbalar por su mejilla dos delicadas gotas de agua procedientes de sus ojos, cansados de llorar.
Él recogió una de esas lágrimas, la acercó a sus labios y la besó, a la vez que pronunciaba la última nota de la melodía.
Entonces, sus ojos se cerraron. Todo quedó en silencio.

miércoles, 23 de febrero de 2011

Camino.

Faltaban apenas tres minutos para las cinco.
Elena entró en el parque, asustada, a la par que emocionada.
Se dirigió hacia aquel desviado camino que la llevaría al punto de encuentro.
El reloj de la catedral dio las cinco. Era la hora. Se apresuró.
Su corazón, frenético, estaba a punto de salírsele del pecho.
Tomó el atajo que llegaba hasta el banco.

Tras las hojas de aquel frondoso árbol se escondía aquel extraño que creía conocer, gracias a aquellas sinceras líneas que habían quedado plasmadas en el diario que el destino había puesto en sus manos.

Apartó las últimas ramas, cerró los ojos, inspiró profundamente y dio un paso adelante. Pero cuál fue su sorpresa cuando vio aquel banco vacío: no había nadie allí.

La mirada de Elena no pasó por alto un pequeño bulto que descansaba sobre aquel asiento.
Era una caja. La abrió, curiosa, y descubrió en su interior una flor, acompañada de un trozo de papel.
Cogió este último y, al desplegarlo, observó de nuevo aquellos trazos que tanta confianza le inspiraban. Leyó:

Una vez sentada en este banco, si giras tu mirada a la derecha verás un sendero. Síguelo.

Así lo hizo, y llegó a las orillas de un río.

¡Qué curioso! - pensó.- Nunca había llegado hasta aquí.

Miró a su alrededor, esperando verle a él, pero nuevamente no estaba. Lo que sí había allí era una gran roca. Se acercó, y observó que una minuciosa caligrafía la había tallado, dejando tras ella un mensaje:

¿Ves el agua? Corre camino al mar, al igual que algún día lo hicieron tus lágrimas. Permíteme ayudarte a que esto sea solo un recuerdo del PASADO, para que en tu mirada únicamente brille el sol. Sigue por el sendero hasta el jardín y, una vez allí, dirígete al laberinto que forma el seto.

Elena, sorprendida por el ingenioso juego de aquel muchacho, decidió seguir adelante.

Al llegar a los jardines de aquella especie de palacio, buscó el laberinto del que hablaba la nota. Al llegar a su entrada observó un cartel que explicaba su historia, pero lo que realmente llamó su atención fue un pequeño pliego pegado en una esquina.
Lo arrancó cuidadosamente. Nuevamente era un mensaje "suyo":

Un laberinto: dudas, indecisión, muchos caminos y solo uno es el correcto. Así es nuestro PRESENTE, y está en nosotros la capacidad de emprender el camino adecuado, con paso firme... Solo así alcanzaremos el FUTURO.

Pasado... tristeza, lágrimas. Presente... indecisión, dudas. Futuro... ¿qué me deparará el futuro? - se preguntó Elena.

Entró en el laberinto. Frondosas paredes formadas por aquel seto la rodeaban.
Opresión, agobio... Miedo. ¡No! Tenía que superarlo. Continuó hacia delante.
Dos caminos frente a ella: ¿derecha o izquierda? Inseguridad, temor... No podía volver atrás.
Era ahora o nunca.

Decidió optar por la izquierda, y así hasta el final. Conocía la solución.

Entonces, vio que aquel pasillo se abría al exterior.
Una silueta al fondo... ¿Él?

miércoles, 19 de enero de 2011

La tienda de música.

Allí estaba. Esa era la vieja tienda de música.

Elena respiró hondo y abrió la puerta tímidamente, pero con la valentía que le había faltado durante los últimos meses.

Entró con el diario en la mano y, decepcionada, vio que no había nadie allí.

- ¿Querías algo?

Elena se giró y vio tras ella a un hombre de avanzada edad, al que la vida  no había perdonado el paso de los años, que ahora quedaban reflejados en aquellas arrugas que recorrían su rostro. Contrariado, tal vez por una cara nueva después de tanto tiempo, repitió:

- Perdona, ¿necesitas algo?

- Eh... Bueno, yo... La verdad es que, bueno, me encontré esto - dijo señalando el diario -, su dueño escribió que solía ir a...

El anciano desapareció tras la cortina que separaba el establecimiento de la trastienda.
Elena ya se disponía a irse, cuando aquel hombre le tendió un papel algo arrugado mientras preguntaba:

- ¿Lo reconoces?


Comenzó a leer:

"¿Has sentido alguna vez que no eres nadie?
He oído esa frase mil y una veces: no somos nadie. Odio esa expresión, pero lo que más me molesta es llegar a sentir que es cierta...

A veces me pongo a pensar en qué soy y qué quiero ser... pero no tengo una respuesta clara.

Por una vez me gustaría ser la protagonista de mi propia historia, y no solo un personaje secundario... Pero siento que nunca voy a encontrar esa aventura que vivir, ese sueño que cumplir..."


Según avanzaba en la lectura de aquel manuscrito, su voz se quebraba poco a poco, una presión asolaba su pecho y las lágrimas anegaban sus ojos.

Ella lo había escrito, ella había arrancado aquella hoja de su cuaderno y la había llevado hasta el mar, donde había dejado que la corriente se la llevara al fondo, con la esperanza de que con ella se fuesen sus preocupaciones. Y ahora estaba allí, en sus manos.


- Supongo que te resulta familiar...

Elena asintió con la cabeza, ya que su boca no emitía sonido alguno.

- Entonces, creo que deberías leer esto.

Aquel anciano dejó un sobre cerrado sobre la mesa que los separaba, y desapareció nuevamente, concediéndole a Elena algo más de intimidad.



Ella, temblorosa, tomó el sobre y se dirigió hacía el bello piano de cola que había al fondo.
Se sentó y lo abrió. De él sacó un papel donde reconoció aquel trazo tan familiar:


Me esperaba que pudieras ser tú la que encontrara mi diario, y no quería perderme la oportunidad de conocerte.

En este momento te estarás preguntando quién soy y, sobre todo, qué ha pasado con tu carta sin destinatario.
Bien, empezaré por lo segundo.

El día que estabas en la playa yo descansaba sobre la arena, a solo unos metros de ti.
Fue entonces cuando vi tu desesperación, y en parte me reconocí a mí mismo reflejado en cada uno de tus movimientos.
Quería acercarme a ti y ayudarte, compartir tus emociones, a pesar de que no nos conocíamos de nada, o de casi nada.
Pero te fuiste corriendo.
Me acerqué a la orilla y vi flotando un papel, lo recogí y después lo dejé secar a la luz del sol.
Cuando lo leí no podía salir de mi asombro, viendo que no era el único que me sentía así.
Recibí una llamada, me fui a casa corriendo y, desgraciadamente, olvidé allí mi diario.
Ahora imaginándote leyendo esto pienso que realmente fue un regalo del destino, y considero ese olvido una fortuna; así que rectifico, afortunadamente perdí mi diario.

En cuanto a quien soy, me gustaría que lo vieras en persona, es decir, que podamos conocernos de una vez por todas.

Te propongo algo: esta tarde te esperaré a las cinco en el parque que está a las afueras de la ciudad, en la zona norte; siguiendo el sendero podrás llegar a un pequeño camino que lleva a un banco. Allí estaré.


Elena miró el reloj: eran las cinco menos cuarto.

Salió de la tienda. Dejó atrás su torpeza habitual y corrió veloz, más ágil que nunca.

Algo que desconcertaba a Elena, a parte de lo evidente, era que aquellas indicaciones la llevaban a un lugar más que conocido para ella: su parque, su banco...
¿Qué encontraría allí?

domingo, 16 de enero de 2011

Recuerdos.

Hoy he pasado por aquel lugar, y he recordado instante a instante aquel fatídico día.
Recuerdo cómo suplicaba que no me abandonasen. Pedía perdón una y otra vez, sin saber por qué. Prometía no ser un estorbo, ocupar poco espacio, ser imperceptible... tal como acabé siendo con el paso de los años.
Pero todas aquellas palabras que escondían rabia y desesperación no servían de nada.

De aquella vieja y decrépita puerta salió una mujer alta, seria, y con una mirada impenetrable.
La miré, asustado y temeroso, y me dí media vuelta. Observé a mis padres. 
Él, serio y distante, como siempre. Ella escondía tristeza en sus verdes ojos, aquellos que yo había heredado. Entonces se agachó, y al oído me dijo:

- Perdóname, corazón. No sabes lo mucho que me cuesta hacer esto, pero algún día te darás cuenta de que es por tu bien.

- Déjalo, Isabel. Es solo un niño caprichoso e insolente-, dijo él, y tirando de su chaqueta se la llevó para siempre.

Me decía que era por mi bien, pero aún hoy, a mis 20 años, sigo sin comprender qué tuvo aquello de bueno para mí. No me importaba sufrir, quería compartir su dolor, estar a su lado.
Prefería eso mil veces antes que la soledad a la que me sometí en aquel frío orfanato.
Pensaban que por tener cinco años no me daba cuenta de lo que estaba pasando, pero era tan consciente de la situación como lo soy ahora. Los moratones no escapaban de mi vista, tampoco los gestos de dolor.


Aquel día fue el último que la vi. Hoy la busco en cada esquina, en cada calle... pero nunca encuentro aquel rostro que tanta paz me transmitía.


Recuerdo como me llevaba a aquella tienda de instrumentos musicales y nos sentábamos en aquel antiguo piano de cola, y ella tocaba aquella hermosa melodía que no logro olvidar, pero que tampoco quiero olvidar. Supongo que es la forma de sentirla aquí, conmigo. Y por eso cada día voy a la tienda de música, me siento en el mismo lugar, y toco la misma canción. 


Algunos pensarán que es una forma estúpida de consolarme, pero es el mejor momento del día, en el que el dolor que reside en mi pecho se atenua cuando miro a mi izquierda y la veo, sentada junto a mí, sonriendo y animándome a seguir adelante.


Es la fuerza que me hace continuar, el motor de mi vida.




Las lágrimas caían por las mejillas de una emocionada Elena, que deseaba conocer a aquel que compartía sentimientos tan similares a los que ella albergaba. Quería devolverle su diario, aquel pozo de sentimientos, emociones y recuerdos.

Un presentimiento le decía que él estaría en la tienda de música que estaba al doblar la esquina.

Decidió acudir a aquella cita que el destino había concertado, sin saber lo que encontraría allí.