sábado, 2 de octubre de 2010

LLuvia.

Tenía esa sensación de nuevo, esa sensación que rara vez desaparecía.
Se estremecía, era inevitable.
Encogida, en aquel rincón de su cuarto, echa un ovillo.
Oyendo la lluvia contra los cristales, con su frenético ritmo que hacía que en su pecho aflorase una gran angustia.
Quería llorar. Llorar y desahogarse, eliminar todo el rastro de esa presión.
Quería que saliera el sol, que calentara cada célula de su piel, renovando toda su energía, mientras descansaba sobre el verde césped de aquel parque que tantos recuerdos de su infancia le traía.
Pero el cielo estaba cubierto por tormentosas nubes, de un gris oscuro, amenazador.
Tenía miedo, miedo a estar sola, a la soledad. A no encontrar a nadie con quien pudiera ser ella misma, sin pensar en que estaba quedando en ridículo, sin una sonrisa fingida, diciendo lo que realmente pensaba... Recordaba aquel persistente miedo al fracaso, al ridículo...



Al día siguiente, brillaba el sol en lo alto, rodeado de pequeñas y esponjosas nubes.
Antes de salir de casa, se miró al espejo, colocó en su cara una sonrisa, a pesar de que lo que había en su interior no concordaba con ella, pero una vez más primaban las apariencias. En las cuencas de sus ojos quedaban restos de aquellas lágrimas de la noche pasada, tenía los ojos hinchados y enrojecidos, ocultos bajo unas gafas de sol.
Nadie se preocuparía por su estado, es más, sería nuevamente objeto de burla.


Salió por la puerta de su casa, camino a la rutina de cada día. Una monótona jornada más, sola, como siempre.
Tal vez sería diferente, tal vez era un buen día, tal vez era el día en que todo cambiaría.
Podría intentar ser positiva... ¿pero valdría la pena? ¿sería bueno hacerse ilusiones?


No tenía respuestas, solamente un Quizás.


1 comentario:

  1. Me gustó mucho esta entrada, te sigo(:
    Pasate : http://enunaesquinademicorazon.blogspot.com/
    muaaqs

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